Con los años volvió mi infancia. Sentada en esta silla rimax, como las que convertí en las torres de mi castillo, vuelvo a sentirme en mi trono. En esta playa, que colinda con la inhumana selva, contemplo lo terrible y lo admirable. Miro los mangos esponjados por el agua. Avisto pájaros y ranas. Sonrío a la gente que pasa con esa simpatía germinal; antes de que me enseñaran a quererla como a un animal doméstico. Ya no me importa el sueño. Entiendo que uno no es bueno sino que está contento. Y viceversa. Voy con fluidez contra mis convicciones y le exijo a Dios que me consulte lo decidido. La sordera, la prudencia, la dignidad, la rabia silenciosa son juegos teatrales que se alimentan de una caleta de dulces. Todo parece eterno.
Inspirado en Isabel y Antonia, personajes de “El fin del Océano Pacífico” de Tomás González.