Juana


Pensé que extrañaba al muchacho de brazos cetrinos a quien ansiosa esperaba a medio día en la esquina de mi casa, lo veía llegar cansado de las chacras y de trepar árboles.Luego consideré que más bien era aquella malla repleta de pulidas naranjas, color ambarino, que él cargaba y que yo pagaba a cualquier precio, pues eran oro. Decidí que, quizá, era más bien el olor que emanaba la red reposada en mi falda y que impregnaba mi nariz, se colaba en mis pulmones y se mezclaba con mi sangre, dulce aroma de mi crianza. Mientras el viento se llevaba mi suspiro triste y silenciaba mi voz pausada, descubrí en aquel monte ajeno que mi nostalgia era por todo y nada: yo solo quería volver a sentir mi vieja querencia.